jueves, 1 de septiembre de 2011

Un tema pendiente: la autonomía del Órgano Judicial...

Una asignatura pendiente: la autonomía del Órgano Judicial

H. C. F. Mansilla*

Como en 1927, jueces y fiscales, con algunas honrosas excepciones, cumplen sus tareas siguiendo consignas políticas o aceptando sumas de dinero que determinan de qué lado inclinarán su juicio.


Mariano Baptista Gumucio, La muerte de Pando y el fusilamiento de Jáuregui. Crónicas de un asesinato imaginado y una ejecución inaudita, La Paz: s. e. 2011 (300 pp.)

La terrible crónica del siglo XX nos ha mostrado que la retórica revolucionaria encubre a menudo la consolidación de tradiciones y valores del pasado. Desde Cuba hasta Corea del Norte pasando por Rusia, los regímenes socialistas estaban sustentados en normas centralistas, burocráticas y autoritarias que provenían del acervo más profundo de cada uno de estos experimentos.

La crítica del colonialismo y del pasado “oligárquico” (o del zarismo, por ejemplo) ha constituido uno de los elementos centrales de la ideología revolucionaria, pero esta misma no supo –o no quiso– reconocer los factores centrales del pasado detestable en su propia praxis cotidiana.

Los hechos históricos y sociales pueden ser estudiados desde la perspectiva del cambio, si uno enfatiza las modificaciones positivas o negativas que se producen en el desarrollo de una nación. Y también se puede analizar, como lo hizo Octavio Paz, la continuidad existente entre los fenómenos de diferentes periodos históricos, lo que constituye parcialmente la cultura de un pueblo.

En este último sentido la historia nos muestra, por ejemplo, los aspectos nocivos y perjudiciales que se arrastran desde el pasado y que haríamos bien en evitar y superar. La historia, como decía Cicerón, se manifiesta como la maestra de la vida. Es esta, sin embargo, una observación de escasa utilidad práctica, porque los responsables de la conducción de los asuntos públicos no leen libros de historia y tampoco se preocupan por reflexionar críticamente en torno a la posible reiteración de los errores (y los horrores) pretéritos. Esta tendencia parece tener plena vigencia en Bolivia, el país donde se niega la realidad con notable persistencia y donde con frecuencia se inventa de nuevo el orden social con ayuda de teorías excéntricas y alambicadas. Como ya se vio en las primeras décadas del siglo XX, las doctrinas del cambio radical no representan la expresión de una certidumbre razonable y plausible sobre el futuro, sino que constituyen síntomas de agresividad, hambre de poder y dilemas existenciales y, por lo tanto, presagios de una deplorable fatalidad histórica.

En base a la muerte del presidente José Manuel Pando (1917) y el fusilamiento de un inocente en 1927 (uno de los acusados por el supuesto crimen de asesinato), Mariano Baptista Gumucio nos enseña que en Bolivia hay todavía una asignatura pendiente: el Poder Judicial y el Ministerio Público exhiben una evidente subordinación con respecto al
Poder Ejecutivo y a los vaivenes de la esfera política. Dice el autor a la letra: “La razón de este libro está en que la justicia boliviana y los usos y costumbres del país, lejos de haber mejorado, muestran cada vez aspectos más sombríos y deplorables. [...] Jueces y fiscales, con algunas honrosas excepciones, cumplen sus tareas siguiendo consignas políticas o aceptando sumas de dinero que determinan de qué lado inclinarán su juicio”.

El autor reconstruye paso a paso el fallecimiento del general Pando debido a un súbito derrame cerebral, la confusión dramática del grupo casual que lo vio morir, las medidas equivocadas tomadas por esas personas sencillas y humildes en medio de su comprensible desesperación (habían hecho malas experiencias con los poderosos y con los representantes del Estado), el largo juicio plagado de irregularidades y, sobre todo, la utilización política de aquella muerte. El Partido Republicano y el gobierno de Bautista Saavedra utilizaron el caso con un notable virtuosismo para desprestigiar al Partido Liberal y a los políticos más notables asociados al liberalismo, en lo que obtuvieron un éxito memorable. El juicio fue una tramoya política fraguada por Bautista Saavedra y sus allegados para destruir al liberalismo. El Partido Liberal nunca pudo recuperarse de este golpe, y su evolución posterior fue la de una lenta agonía. Varios personajes próximos a este partido, que no tuvieron nada que ver con el fallecimiento de Pando, experimentaron cómo sus vidas privadas se arruinaban paulatina e irremediablemente gracias a las intrigas bien montadas por sus adversarios circunstanciales y a la obsecuencia política del Poder Judicial.

En varios lugares de su libro Baptista Gumucio nos muestra el papel del odio como instrumento de la política cotidiana. En el caso Pando / Jáuregui no hay duda de que el odio fue fomentado, manipulado y canalizado hábilmente por los jerarcas del Partido Republicano contra el liberalismo y sus representantes, operación a la cual se prestaron los representantes más conocidos del integrismo católico.

Fue muy fácil encontrar un chivo expiatorio para aplacar el espíritu enardecido de una opinión pública que nunca se ha destacado por una actitud racional y humanista... y por amor a los detalles incómodos. El Partido Republicano tenía paradójicamente fama de progresista y revolucionario en contraposición al Partido Liberal. La “revolución republicana” –como ha pasado a menudo en la historia de la nación– sirvió para encumbrar a una nueva élite política, ávida de dinero, poder y prestigio. El fin justificó los medios.
Esto es, en el fondo, lo esencial. Tres generaciones más tarde, el Poder Judicial juega un rol similar en el desprestigio y la anulación de un estrato social.

La conclusión general refuerza una hipótesis sobre la cultura política boliviana: la astucia (la viveza criolla, el cálculo rápido de oportunidades y las maniobras circunstanciales) triunfa sobre la inteligencia creadora, es decir sobre los esfuerzos para mejorar el curso de los asuntos públicos a largo plazo y en forma sostenida y razonable. Como dijo un autor citado por Baptista en la descripción de lo que permanece a lo largo de generaciones: el Palacio de Gobierno era en 1917 “una especie de alcantarilla de las bajas pasiones”, el campo de la adulación y el servilismo y el predominio de los intereses de corto plazo.

Como toda obra humana, el libro de Baptista tiene también algunas debilidades. El autor exculpa al presidente José Gutiérrez Guerra (1917-1920) de toda responsabilidad, aunque sea indirecta, con respecto a la muerte de Pando, pero reproduce algunos lugares comunes acerca de la ingenuidad, el sibaritismo y la frivolidad de mi ilustre tío, quien descolló como uno de los primeros tratadistas en ciencias económicas que tuvo el país.

Al libro le falta una mayor sistematicidad; no está siempre claro cuál es el texto de Baptista Gumucio y cuál es el aporte de otros autores. El pasaje sobre Simón I. Patiño es totalmente superfluo. Pero en general se trata de una obra muy interesante que nos incita a pensar en torno a fenómenos reiterativos de la historia boliviana.

* Doctor en filosofía, Magister en ciencias políticas, escritor.

* Publicado en: Revista NUEVA CRÓNICA y BUEN GOBIERNO. Nº 84. Primera quincena de mayo de 2011. Pág. 15.

Transcripción del texto: Abog. Alan E. Vargas Lima (Responsable del Blog Jurídico TREN FUGITIVO BOLIVIANO).

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