CUATRO DÉCADAS DE DEMOCRACIA
William Herrera Áñez(*)
El
pueblo boliviano celebra este 10 de octubre cuatro décadas de la reconquista del
sistema democrático y las libertades fundamentales. La democracia representativa ha convertido al pueblo —titular de la
soberanía— en el protagonista de la conformación del poder público y sus
múltiples instituciones. La Constitución establece que la “soberanía reside en
el pueblo, se ejerce de forma directa y delegada, y de ella emanan, por
delegación, las funciones y atribuciones de los órganos del poder público; es inalienable
e imprescriptible (art. 7).
Las
reglas democráticas constituyen un método para tomar decisiones con unas
características muy particulares. El pueblo tiene el legítimo derecho de aceptar
o rechazar a las personas que han de gobernarles. En principio, se funda en la
hipótesis de que todos pueden opinar y decidir sobre todo, y cada ciudadano es
el mejor juez de sus propios intereses, ya que se supone que una persona
madura, mayor de edad, sabe muy bien lo que le conviene y adopta sus decisiones
responsablemente.
El
pluralismo, la democracia política, la crítica, entre otros atributos, resultan
imprescindibles para construir cualquier otra forma de democracia como la
social, la económica, la cultural, etc. Los problemas de la democracia se
resuelven con más democracia, no es perforándola ni poniéndoles palos a la
rueda. Los países en los que se han alcanzado mejores niveles de vida, libertad,
igualdad, bienestar y prosperidad, son países democráticos.
En
democracia decide la mayoría, siempre y cuando esa mayoría haya respetado las
formas y los límites constitucionales. Entre esos límites figura la separación
de poderes, el control social, la fiscalización, la transparencia de la cosa
pública, la alternabilidad en el ejercicio del poder, el período presidencial
de 5 años y una sola relección. El respeto a las minorías, la tolerancia
política, el consenso, el diálogo, el debate democrático, la libertad de
expresión, son imprescindibles para una verdadera convivencia democrática. Y
como el juez tiene que garantizar los derechos fundamentales y los valores
democráticos, sin independencia judicial no existe Estado Constitucional de
Derecho, ni es posible la verdadera democracia.
En general, las
movilizaciones ciudadanas (como el cabildo) tienen que ser una llamada de
atención, y constituyen un síntoma de que algo no está funcionando bien y los
gobernantes deben tomar muy en cuenta, reflexionar y comenzar a buscar una
respuesta satisfactoria. Pero no sólo deben poner atención al reclamo
ciudadano, sino fundamentalmente tienen que saber escuchar a esa mayoría
silenciosa, que se queda en su centro de confort pero que tiene el poder de
hacerse sentir con el voto en las urnas.
El consentimiento de los
gobernados es la fuente última de legitimación del poder y ese consentimiento o
respaldo no se presume, sino que es verificable fehacientemente, mediante
elecciones limpias, fiables y competitivas. Sin embargo, el
Movimiento al Socialismo parece decidido a torpedear los valores democráticos e
imponer el pensamiento único con la finalidad de eternizarse en el poder.
Con el propósito de cambiar este clima autoritario y
polarizado, el gobierno tiene que allanarse a una reforma judicial, transparentar
la administración pública, mejorar la gestión gubernamental, combatir la
corrupción y generar confianza ciudadana. La transparencia es “el mejor
desinfectante” contra la corrupción. Que
la mayoría de los ex mandatarios de Latinoamérica, se encuentren sometidos a la
justicia por actos de corrupción evidencia, por un lado, que este “monstruo” ha
trepado alto y, por otro, la voluntad política de luchar contra este flagelo,
que amenaza la institucionalidad democrática.
La democracia en Bolivia se encuentra herida de muerte y
sistemáticamente amenazada por el poder político, la cultura de la
intolerancia, la censura a los medios de comunicación social, el
hiperpresidencialismo, la instrumentación de la justicia, la persecución a los
opositores, entre otros factores. Los gobernantes siempre deben tener presente que en democracia las formas,
los modos, los procedimientos, los ritos, los gestos, son tan importantes como
los contenidos. En fin, la historia de la democracia está llena de pequeñas
miserias humanas, de imperfecciones, de frustraciones, pero la historia del
fascismo, del comunismo, de los totalitarismos, es sencillamente un horror.
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