Autora: Laura Klein
Editorial: Plural
Año: 2013
Este libro comienza constatando la alienación entre la experiencia del aborto y los discursos que se enfrentan... y lo dramático es que enfrenta el derecho a la vida versus el derecho a la libertad.
Libro de Laura Klein: “Entre el Crimen y el
Derecho”
¿Filosofar el aborto?
Fernando Molina*
En
el debate público que el aborto suscita, tanto una parte como la otra tratan de
minimizar el daño que su preeminencia haría al valor en el que la otra parte
cree.
He leído el libro de Laura Klein ¿Crimen o derecho? El
problema del aborto con gran interés y también con mucho placer, dos
estados psicológicos frente a una obra que, simétricamente, está escrita con
una doble intención: 1) la intención heurística y polémica, por la que nos
incita a interpretar y reinterpretar el problema del aborto como un problema
ético, esto es, como una lucha de valores, y 2) la intención artística, que
resulta en un planteamiento y en una prosa de un tipo que nos recuerdan otra
identidad doble: la de la autora como poeta y filósofa a la vez.
También debo confesar que si en muchos momentos leí este libro
con adhesión, a veces también me sentí irritado por la manía de Klein de poner
mis ideas a prueba, obligándome a pensar algunas cosas de nuevo… (Y no necesito
decir que éste es un elogio de mayor calado que los que hice anteriormente).
No estamos ante lo que Laura Klein llamaría un libro de “propaganda moral”, uno de esos que se limitan a confirmar aquello en lo que ya creemos. El tema de Klein no es el aborto como objeto de política pública, sino como objeto de debate ético, debate que implica la lucha entre valores encontrados que buscan predominar: por una parte la libertad, y por la otra, la vida.
No siempre es evidente que la cuestión del aborto tenga esta
condición de “dilema moral”, aunque las mujeres que abortan casi siempre lo
vivan como tal. En el debate público que el aborto suscita, tanto una parte
como la otra tratan de minimizar el daño que su preeminencia haría al valor en
el que la otra parte cree.
Los legalizadores (y no los “abortistas” como los
llama Klein, pienso que equivocadamente) tratamos de minimizar nuestra
afectación al valor “vida” con diferentes estrategias discursivas, algunas más
pertinentes que otras. Un par de ellas son tan extremas que llegan a eliminar
–teóricamente– el conflicto moral. Para estas teorías el aborto sería
equiparable a la extirpación de un quiste, pues no reconocen que el feto tenga
la cualidad, aunque sea en potencia, de persona. Por tanto, el aborto no
tendría que ser motivo de dubitación ni pena, y si lo es de miedo, sólo de
miedo en sentido físico, nunca metafísico: para estos legalizadores el aborto
ni siquiera llega a tocar los bordes de lo sagrado.
¿Por qué entonces las mujeres de carne y hueso sienten
dubitación, pena y miedo al abortar? Estas teorías consideran que se les impone
estos sentimientos desde fuera, por impregnación de prejuicios religiosos,
sexistas, etcétera.
Para viabilizar su abordaje, entonces, lo primero que Klein debe hacer es refutar esta forma de interpretación, si se quiere “amoral”, del aborto. Así que toma posición contra el feminismo que ella llama “liberal”, el cual no reconoce el embarazo, que Klein define como la conjunción indisoluble de madre e hijo, aunque este hijo sólo sea en potencia. En lugar de eso, el feminismo liberal únicamente ve un individuo, la mujer, que defiende su individualidad frente a una transformación de su cuerpo que debería estar en sus manos permitir o detener. Para esta corriente el aborto no sólo no está vinculado con el crimen, sino tampoco con la muerte. Frente ello, Klein afirma que el “aborto no es sanguinario, pero sí sangriento”.
Recordemos que la legalización, allí donde se ha dado, que es
donde además la religión tiene menos influencia, no ha naturalizado la vivencia
del aborto, que sigue siendo un problema para las mujeres. Esto indica que en
este asunto entran en juego más que cuestiones de hecho. Abortar puede ser
legal y al mismo tiempo una mujer puede sentir que practicar este derecho legal
sería inmoral (tanto si esto la detiene a la hora de hacerlo como si no). ¿Qué
nos revela esto? Que no es posible reducir el aborto a una posición de fuerzas
en el doble movimiento que es la opresión de las mujeres, por un lado, y la
liberación de las mujeres, por el otro. Hay valores en juego y cuando esto
ocurre es inútil buscar que la ciencia o el derecho diriman los
enfrentamientos.
Klein lo prueba mostrando cómo los mismos avances científicos,
por ejemplo el desarrollo de la embriología, pueden servirles tanto a los que
defienden como a los que condenan la legalización del aborto. O cómo un mismo
derecho, el derecho a poseer y usar el propio cuerpo, puede amparar tanto a la
mujer que aborta como al feto que se supone no quiere ser abortado.
Los penalizadores también buscan disminuir la contradicción que
existe entre la prohibición del aborto y el valor en el que nos basamos sus
adversarios, esto es, la libertad. Para esto ellos también deben pasar por alto
el binomio “embarazo” y concentrarse en el feto, al que dan el estatuto de
individuo separado de la madre. De este modo a la mujer preñada no le queda
otra que darlo a luz, si no desea convertirse en una criminal: no es libre de
ninguna otra cosa.
Esta argumentación ignora que el feto no es todavía, y que sólo
puede llegar a ser con la aquiescencia de la madre; por eso en ningún código
penal y ni siquiera en la Biblia se castiga el aborto como un homicidio, como
nos recuerda Klein. A lo que añado yo que aunque los antiabortistas nieguen la
libertad de las mujeres en la gestación, ésta se patentiza en el hecho
innegable de los abortos legales que se producen en diversas partes del mundo,
y en la inevitable consecuencia de la prohibición, que no es la suspensión de
la práctica, sino su realización clandestina.
En resumen, el gran argumento del libro es que el problema del
aborto forma dos “campos éticos” que se guían por valores diferentes e
irreductibles entre sí. Es decir, que no pueden convencerse mutuamente por
medio de argumentos racionales o científicos. El aborto no es solo una cuestión
de salubridad, jurídica o ideológica, sino un dilema moral.
Para la mayor parte de los filósofos la esfera de los valores, o
esfera ética, es autónoma del resto de la realidad. Esta autonomía es la que
nos permite actuar con responsabilidad de nuestros actos. Sin ella seríamos
simples instrumentos o meros efectos de fuerzas externas. Por tanto, ninguna
decisión moral se deriva de un hecho, sino siempre de un valor. Lo que
significa que ningún hecho va a convencer a alguien en contra de su propio
valor. “No hay que perder el tiempo tratando de persuadir al enemigo”, nos
recomienda Laura Klein.
Hasta aquí he descrito el pensamiento de la autora y acaso en
ciertos momentos lo he valorado. Ahora quisiera hacer algunas reflexiones sobre
lo que el movimiento legalizador puede derivar y aprovechar de esta visión del
debate como confrontación de valores; esto es, quisiera sacar, de la concepción
filosófica de Klein, una especie de pragmática.
Para ello voy a apelar, y
espero que esto no le resulte chocante a nuestra autora, a algunos teóricos
liberales como Weber y Berlin que también arranca su reflexión del carácter
contradictorio y a menudo irreductiblemente contradictorio de los valores
humanos, y por esto en algunas ocasiones aparecen citados en el libro que
comentamos. No hay que confundir a estos grandes liberales con los mecanicistas
del mercado que con toda razón Klein refuta como hemos visto.
Si defender distintos valores lleva a los seres humanos a
enfrentarse entre sí, la última palabra la tiene… la fuerza. Para evitar este
destino hemos creado las sociedades pluralistas, en las que bajo el manto de la
tolerancia unos valores velan porque otros no predominen, y viceversa. En estas
sociedades el antagonismo de los ideales puede matizarse e incluso dar paso a
un acuerdo (aunque éste sea frágil y sujeto a constante revisión). Las
sociedades pluralistas no son totalizadoras y menos totalitarias, sino casuísticas:
tratan de focalizarse en los casos, en los problemas concretos, y resolverlos
movilizando tanto a la ciencia como a las distintas opciones éticas. Las reglas
de las sociedades pluralistas resultan siempre de un compromiso entre valor y
ciencia, y entre principio y consecuencia (las categorías en las que Weber
fundó sus dos clases de ética).
Quisiéramos que la libertad fuera absoluta, pero en la práctica
de su despliegue ésta se contrapone a otro valor, el de la vida, que también es
muy valioso. La libertad, entonces, no puede ser absoluta, queda limitada, no
llega a ser libertad de matar.
Quisiéramos que el derecho a la vida fuera absoluto (que fuese
“sagrado”, como dicen los antiabortistas), pero en la práctica hay muchos casos
en que la vida de uno o de unos depende de la muerte de otro u otros, y por
esto autorizamos a nuestras policías o a los propios ciudadanos a matar a los
criminales en caso de necesidad (para no hablar de la variante, más difícil de
tratar, de los países que aplican la pena de muerte).
Los casos se erigen contra las premisas. La ética de la
responsabilidad relativiza la ética del compromiso. Por esta razón la mayoría
de las mujeres que en teoría defienden el “derecho sagrado a la vida del feto
en cualquier circunstancia”, en la práctica querrían un aborto, y en lo posible
legal, si continuar su embarazo las pondría en riesgo de morir. Sólo un puñado
de mártires se inmolaría por su principio. (Justamente esta flexibilidad moral
de la mayoría es la que permite que haya sociedades pluralistas).
Hemos dicho que hay que atenerse a los casos concretos. Este en
particular, el del aborto que se practica únicamente porque está riesgo la vida
de la madre, que por lo demás desearía dar a luz a un hijo o hija, no sólo
conmueve las creencias de la mayoría de los conservadores, como ya hemos visto,
sino también las de los progresistas, porque la mujer afectada recurre al
médico sabiendo que al hacerlo va a matar al ser que desearía conocer, criar y
amar. “El aborto no es sanguinario, pero sí sangriento”.
Debajo del “topos Urano” en el que habitan los absolutos, nos
dice Klein, está el terrenal espacio en el que la humanidad ha aprendido a
convivir provista de un gran solucionador de problemas: el sentido común. Para
mí está claro que los vectores son los valores y el sentido común la
resultante.
El sentido común impele a evitar los riesgos que corren las
mujeres abortando en consultorios clandestinos.
El sentido común exige que las mujeres que han sido víctimas de
una violación no den a luz un niño que un criminal les ha impuesto.
El sentido común indica que no es lo mismo los preservativos que
la pastilla del día después, ni ésta que abortar, y que no da lo mismo antes o
después de los tres meses de gestación.
El sentido común clama que la salvadoreña “Beatriz” tenía que
abortar un feto inviable que en su crecimiento inviable iba a matarla.
Por sentido común, entonces, legalicemos el aborto.
Con ello resolveremos muchos problemas, disminuiremos muchos
sufrimientos, y mejoraremos un poco (en escala humana) la ética de nuestra
época, dándoles a nuestras hijas e hijos más libertad y más vida.
* Periodista y escritor.
1 comentario:
Quizás dentro de cientos de años cuando la Historia estudie época nos consideren asesinos por el aborto del mismo modo que nosotros consideramos como tal costumbres que en el pasado eran aceptadas.
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