Analizar la autonomía y el cogobierno
docente-estudiantil de la universidad pública, a la sombra del conflicto de San
Simón, se hace una necesidad de rigor para repensar el rol político de la
educación superior.
La Razón (Edición Impresa) / Ricardo
Aguilar Agramont / La Paz
00:07 / 09 de agosto de 2015
La crisis en la Universidad Mayor
de San Simón (UMSS) —ocasionada por una resolución del Consejo Universitario
que pretendió la titularización automática de docentes sin que éstos demuestren
sus méritos académicos mediante un examen de competencia— pone sobre la mesa el
debate sobre si la Universidad Pública Nacional, la autonomía universitaria y
el cogobierno docente-estudiantil están hoy en una situación de deriva.
Los principios de una universidad
nacional que acompañó las luchas sociales de Bolivia comenzaron a establecerse
con el reconocimiento de la autonomía universitaria en el gobierno de Carlos
Blanco Galindo, en 1930; luego siguieron la autonomía respecto del Estado en
1952 y la Revolución Universitaria en 1970, dando la última inicio al
cogobierno docente-estudiantil. Sin embargo, todo esto, que puede ser útil para
la producción de conocimiento académico, ha ido distorsionándose hasta llegar a
muestras contundentes de degradación de dichos principios de la universidad
pública nacional. Éste es el caso cuando se ve la pretensión de las autoridades
de la UMSS de titularizar a docentes sin ningún examen de competencia, dado
solo su antigüedad. Es el caso, en fin, que llama a hacer una reflexión
necesaria sobre la universidad pública, la autonomía y el cogobierno.
El académico Guillermo Mariaca
asume que hay una crisis en las universidades: “La universidad pública de hoy
no es la de ayer. La de ayer: la del 30 y la autonomía institucional, la del 52
y la autonomía ante el Estado, la del 70 y el cogobierno docente-estudiantil,
la del 82 y la vinculación con las necesidades sociales, era, finalmente, una
sola. Era una universidad pública y nacional cuando ambas necesidades
convergían en la democracia. Esto explica, entonces, aquello de que la
universidad era la reserva democrática. Esto explica, también, que la
universidad hoy no es la de ayer, porque ninguna de esas responsabilidades la
caracterizan institucionalmente”. Para concluir su descripción afirma que la
universidad pública hoy vive en una suerte de “ensimismamiento”, de “autismo”
(en relación a la distorsión del principio de la autonomía que hace que la
Universidad no pueda ver más allá de sí misma).
COGOBIERNO. Desde un enfoque del
todo distinto, Alfonso Velarde —militante del Partido Obrero Revolucionario
(POR) y actor principal en la Revolución Universitaria de 1970— ve también una
crisis. “La universidad atraviesa uno de sus momentos más vergonzosos,
estrangulada por la acción perversa de grupos de poder (camarillas)
conservadores que la arrastran a la debacle. Los estudiantes han sido
totalmente desplazados del gobierno de la universidad. El cogobierno ya no es
ejercido por los estudiantes como fuerza colectiva; las direcciones
estudiantiles actúan de espaldas a las bases, no rinden cuentas de sus actos,
hacen lo que bien les parece en función de minúsculos y mezquinos intereses”.
El panorama, desde ambos puntos de
vista, es preocupante y las voces que hablan de repensar la autonomía
universitaria son más. En programas de opinión, uno y otro analista proponen el
replanteamiento: “intervención del Estado”, “todos afuera”, “sacar al
trotskismo”, “expulsar al masismo”, “auditoría externa”, etcétera.
Por su parte, el rector de la
Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), Waldo Albarracín, señala que “la
autonomía es perfecta”, pero que las imperfecciones están en la práctica de
“algunas autoridades para favorecerse o sacar ventaja política y la
distorsionan en función de su beneficio. El caso de Cochabamba es claro, porque
está en puertas una elección de rector y hay potenciales candidatos que querían
aprovechar la coyuntura”.
A pesar de las divergencias
ideológicas de estos tres académicos que han vinculado íntimamente sus carreras
a la universidad pública, algo une sus propuestas de solución: la palabra
“recuperación”. Si Mariaca habla de recuperar el origen del cogobierno, Velarde
lo hace de recuperar la autonomía al servicio de los intereses de la sociedad y
Albarracín, de recuperar una práctica de la autonomía.
DISTORSIÓN. El rector de la UMSA
señala que lo que “no debe ocurrir es un criterio distorsionado de la autonomía
desde adentro”. “Existen algunos miembros de la comunidad universitaria
que creen que la autonomía universitaria significa que su universidad es una
republiqueta y que pueden hacer lo que quieran. Hay que evitar eso”, apunta.
En el conflicto de San Simón, los
docentes “a través de su federación y del rector” han querido argumentar la
titularización sin examen “sosteniéndose sobre su carácter autónomo” frente a
las otras universidades. “Pero hay normas que son del sistema de universidades
que son de cumplimiento obligatorio de todas ellas. San Simón ahí se equivocó a
nombre de que son autónomos. Se les hizo notar su error”, remata el actual
rector de la UMSA.
A todo esto, ¿cómo salir de la
crisis o, si se quiere, cómo evitar que los conflictos se generalicen en una
crisis de la universidad nacional? Mariaca dice que hay que retornar a los
orígenes del cogobierno. Entonces explica las “dos raíces posibles” del
cogobierno, hablando teórica y no históricamente: una raíz es pedagógica y se
sustenta en que la respuesta y la pregunta son epistemológicamente
equivalentes, es decir que docente y estudiantes aprenden en la clase, los dos
preguntan y los dos responden, los dos construyen conocimiento.
La segunda raíz la entiende de
manera ética-política. La universidad, además de formar profesionales, produce
conocimiento nuevo de manera “colectiva”, por lo que no “hay un sentido de
autoridad”. Lo fundamental del cogobierno es que la producción de conocimiento
nuevo no se somete a la autoridad (ni al autor ni a la autoridad académica). Es
algo conjunto, colectivo.
Esta segunda raíz tiene que ver con
que la universidad es un “lugar natural de resistencia al poder”. “En países
presidencialistas como el nuestro no existen sino dos instituciones de
resistencia al poder: los medios de comunicación y la universidad. Entonces, la
tarea de la universidad, con el cogobierno ético-político, debe resistir al
poder a través de observatorios”.
Por tanto, las raíces del
cogobierno, pedagógica y ética-políticamente, son las que deben ser
recuperadas. “Sin embargo, todo esto es teoría y cuando la teoría se
institucionaliza puede degradarse y eso es lo que ha pasado con el cogobierno
en la universidad”.
Sus potencialidades se han
“contaminado de poder”. El cogobierno “debería” haberse quedado en el ámbito
pedagógico y ético, “pero no un cogobierno institucional, porque éste
contradice sus dos raíces y se contamina de poder; las luchas de la universidad
se vuelven luchas por un lugar en la toma de decisiones, ejercicio de cargos,
el presupuesto, etcétera. El cogobierno deja de estar sustentado ética y
epistemológicamente para ser una sencilla manera de distribuir el poder. Por
eso el cogobierno es una lacra en la universidad, sin embargo lo que habría que
hacer es devolverlo a sus raíces”.
DEMOCRACIA. Para ello hay una
solución: la desaparición de esa lógica que hace que hoy la elección de
autoridades universitarias “se dé por voto y prebendas”. La lógica democrática
electoral debe ser sustituida por una “democrática meritocrática”. Los dos
estamentos (docentes y estudiantes) serían elegidos para un gobierno
universitario en función de méritos académicos y “no de ofertas prebendales.”
Quienes elegirían a estas
autoridades, por mérito y con la fórmula del cogobierno, no serían los
estudiantes y docentes, sino el Consejo Universitario de la Nueva Autonomía,
formado con cuatro componentes: estudiantes y docentes (cuyos votos sumados
valdrían 60%) y sociedad y Estado (cuyos votos completarían el 40% restante).
Alfonso Velarde también habla de
“recuperar”, sin embargo en otra orientación. Este académico asegura que hay
que “recuperar la autonomía”. Para argumentar su idea, explica que la autonomía
universitaria ha tenido en la historia diferentes ciclos: unas veces estuvo en
favor de intereses nacionales de la sociedad y otras en contra, orientada hacia
intereses particulares (“como ocurre ahora”).
“Hay momentos en que la universidad
está dominada por grupos de poder, como antes de la Revolución Nacional de
1970, que se tenía una universidad contraria a las reivindicaciones de la
sociedad”, explica Velarde. Así, está el ejemplo de la universidad al lado de
Barrientos para golpear a Paz Estenssoro (1964).
En otros momentos se tiene una
universidad al lado de la sociedad, como después de la Revolución Universitaria
o como cuando se luchó contra las dictaduras militares. “La autonomía tiene
valor solo cuando expresa los intereses generales de la sociedad. No hay que
repensar la autonomía, lo que hay que hacer es darle el contenido que tenía a
través de los estudiantes”. La propuesta de Albarracín, en cambio, se centra en
mecanismos que eviten las malas prácticas a nombre de la autonomía.
“Para evitar su uso distorsionado,
creo que tiene que hacerse una vigilancia más rigurosa. Las instancias
nacionales tienen que adoptar una acción más proactiva. Por ejemplo, los
órganos de decisión como el Congreso de Universidades y en la Conferencia de
Universidades pueden adoptar normas drásticas punitivas para aquellas personas
o universidades que violen o distorsionen la autonomía y la normativa interna”.
Albarracín pide sanciones concretas en casos de distorsión de la autonomía o de
no aplicación de la norma. “En el caso que hubo (UMSS) se debió tomar una
acción más coercitiva, aunque lo que se hizo fue más de persuasión”.
Una universidad nacional que sea
protagonista política del país, como ha sido su tradición, es una universidad
deseable, pero ésta no es posible si se hace un uso distorsionado de la
autonomía, menos si se la utiliza para pretensiones que menoscaban la calidad
académica, como se pretendió desde las autoridades de la UMSS con la
titularización automática de docentes sin un examen de méritos. Las reflexiones
anteriores quedan para que pueda existir la mejor universidad pública posible.
Hay que hacer una vigilancia
rigurosa: Waldo Albarracín, rector de la UMSA
Existen algunos miembros de la
comunidad universitaria que creen que la autonomía significa que su universidad
es una republiqueta y que pueden hacer lo que les da la gana. Hay que evitar
eso. Para evitar el uso distorsionado de la autonomía universitaria, se debe
hacer una vigilancia más rigurosa. Las instancias nacionales tienen que adoptar
una acción más proactiva.
Trabajar por devolverle el sentido
social: Guillermo Mariaca, exdecano de Humanidades
El laberinto universitario alcanzó
las características del autismo; como define un diccionario cualquiera, el
repliegue patológico de la institución sobre sí misma. Eso se nota en procesos
electorales. Cuando las candidaturas presentan programas repitiendo 30 años de
lo mismo. Por eso, hoy trabajar para devolver el sentido social a la escuela y
a la universidad es de importancia estratégica.
En la universidad campean las
camarillas: Alfonso Velarde, militante del POR y exdocente de Física
La universidad pública ha sido
convertida hoy en una institución decadente, ajena a la lacerante realidad
económica y social del país, indiferente ante la lucha del pueblo; es una
universidad abúlica en cuyo interior campean esas camarillas en competencia por
aprovecharse de la universidad, para satisfacer sus menguados y miserables
intereses.
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La Revolución Universitaria de 1970
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Ha pasado casi medio siglo (45 años)
de la Revolución Universitaria de 1970. Sin embargo, si uno observa lo que
sucede en Cochabamba, con un Consejo Universitario (Resolución 01/15 del 7 de
abril) que pretendió titularizar a los docentes sin que haya un examen de
competencia, es evidente la distancia entre aquel hecho histórico y el
presente.
¿Cómo fue, por qué sucedió la
Revolución Universitaria que instituyó el cogobierno paritario
docente-estudiantil? Uno de los protagonistas, Alfonso Velarde, relata sobre el
contexto, las razones y los hechos que se sucedieron y cambiaron las
estructuras de la educación superior pública en Bolivia.
Después de la breve efervescencia que
provocó la Revolución de 1952, emoción que se apaciguó tras una crisis
económica, el movimientismo logró gobernar, no sin dificultades, hasta 1964.
Ese año comenzaría una seguidilla de golpes de Estado militares que solo
terminarían en 1982.
A la llegada de René Barrientos Ortuño en 1964 precedió la
ocupación de la universidad por parte de la derecha más conservadora. Durante
el barrientismo se tenía una universidad “controlada por la masonería
reaccionaria y conservadora” y en total contraposición con la situación
política del momento.
A la muerte de este presidente militar
(1969), la gente salió a las calles “a recuperar el país”. Los movilizados
tenían sus reivindicaciones propias, basadas en la Tesis de Pulacayo (documento
que marcó la historia política boliviana del siglo XX). “Es en esas
circunstancias en que se da la Revolución Universitaria, la universidad recibe
esa presión social para convertirse en revolucionaria” (es a partir de ese movimiento
estudiantil que la universidad se declara hasta el día de hoy revolucionaria y
antiimperialista).
Durante Barrientos, la institución se
había puesto a su lado para golpear a Víctor Paz Estenssoro, desde la posición
de la derecha. El mes decisivo, sin embargo, fue abril de 1970. “La universidad
venía siendo controlada por la masonería desde hacía mucho tiempo”.
Esta logia conservadora fue construida
y alimentada por el rector Héctor Ormachea Zalles, que ocupó ese cargo por 12
años, desde 1936 hasta 1948. Ormachea (que fue Gran Maestre de los masones:
1939-1940) dio forma a esa universidad servil al poder de turno que continuó
intacta hasta la Revolución Universitaria, destaca Velarde. “Desde esa época
los masones controlaban la universidad y la política más reaccionaria”, cuenta.
A las carencias de la universidad se sumó esta característica ideológica de una
academia conservadora.
Sin embargo, la contingencia creó la
situación propicia para la revolución estudiantil. Velarde, ese momento
estudiante en la Facultad de Ciencias Exactas, narra que hubo un problema de
naturaleza enteramente doméstica que desencadenó los hechos. Se trató de un
conflicto entre el decano de la Facultad de Derecho, Alipio Valencia, y el
rector de la UMSA de entonces, Carlos Terrazas. “De un conflicto irrelevante,
se dio la intervención de los estudiantes y dieron al conflicto su propio
contenido, cuestionándose que la universidad esté al servicio de la masonería”.
Hay que destacar que los estudiantes
bolivianos se hallaban inspirados en el movimiento estudiantil de mayo de 1968
en Francia. “Coincide con un ascenso revolucionario no solo en Bolivia, sino en
el mundo. Los movimientos en Francia, la guerra del Vietnam, entre otros”. A
raíz de este conflicto menor, los estudiantes de esa facultad publicaron el
documento Bases Ideológicas de la Revolución Universitaria.
“En esencia, plantea que la autonomía
universitaria ha sido puesta al servicio de intereses reaccionarios, que es
hora de que la universidad vuelva a luchar junto al pueblo y que los
estudiantes estamos con la lucha de los explotados y los obreros por el
socialismo”, sintetiza Velarde.
Ese planteamiento central está
acompañado con otras reivindicaciones como, por ejemplo, su punto 4: la
Universidad Popular para estudiantes de clases populares, la formación de
cuadros en la clase obrera y alfabetización (de hecho el Ejército de Liberación
Nacional, ELN, lograría ocultar su proyecto guerrillero en Teoponte, en julio
de 1970, bajo la apariencia de una campaña de alfabetización en esa zona).
Desde la Facultad de Derecho, el
movimiento se generalizó hacia las demás. Se organizó un Comité Central
Estudiantil que desconoció a todas las autoridades. “Con presencia de notarios
se precintó el Consejo Universitario y el Rectorado”.Ovando Candia, el
presidente que sucedió a Barrientos, no se pronuncia sobre las destituciones.
“El Comité se constituye como autoridad máxima. Como no había Consejo, los
estudiantes nos hacemos cargo de la universidad”.
En cada facultad se conformó un Comité
Revolucionario y se hizo un veto político a los docentes que hayan tenido
alguna relación con el barrientismo y la masonería. “No era un veto académico,
sino político. Todo aquel docente que de alguna manera hubiera apoyado al
gobierno de Barrientos, o hubiera tenido alguna simpatía con esa
administración, estaba expulsado de la universidad. Se hizo una depuración en
todas las facultades. Nunca se dijo que era académico, sino político”. Durante
la depuración no hubo violencia, las exautoridades no aparecieron más. “El
gobierno de Ovando tampoco dijo nada, tenía que cuidarse de ese ascenso”.
En julio de 1970, continúa Velarde,
Ovando contrató al grupo delincuencial Los Marqueses, quienes armados retomaron
el rectorado para la reacción. “Al día siguiente, cuando queríamos entrar, nos
recibieron con disparos”, recuerda. Los estudiantes también se armaron. De la
noche a la mañana acumularon un arsenal. No obstante, las negociaciones en el
Arzobispado dieron “frutos”.
El gobierno manifestó a los
estudiantes su preocupación por lo que estaba sucediendo. “Les dijimos que
sabíamos perfectamente que Los Marqueses habían sido contratados (por el
Gobierno), y que si mañana seguían en el rectorado, nosotros los sacaríamos. Al
día siguiente se habían ido”. La toma duró una semana.
Después de un año de gobierno
estudiantil, la directiva del Comité —formado por un representante estudiantil
por cada facultad (Velarde era uno de los cuatro representantes al ser elegido
por la Facultad de Ciencias Exactas)— llamó a elecciones.
Hubo un frente de todos los docentes
que se oponían a la revolución y Pablo Ramos —que era un docente joven que
estaba de acuerdo con hacer el cambio estructural— ganó la elección. En la
plancha ganadora también estuvo Rolando Costa Arduz, como secretario general.
Por los mismos días, se llamó a
elecciones para la Federación Universitaria Local (FUL) que había quedado
desconocida un año atrás. Ganó el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria
(MIR). Tal sería el nacimiento de este partido, que luego llegaría a la
Vicepresidencia del país con la Unidad Democrática y Popular (UDP) y a la
Presidencia en 1989.
No obstante, las fuerzas de la derecha
militar no dejarían las cosas como estaban y no tardaría en llegar el golpe de
Hugo Banzer Suárez en agosto del 71, quien una vez en el poder intervino y
cerró la universidad. Los contenidos de la Revolución Universitaria, no
obstante, siguen siendo parte de los principios de la universidad pública
nacional. El cogobierno paritario logrado por los estudiantes en 1970 continúa
vigente hasta nuestros días, si bien fue puesto en cuestión durante el
conflicto de la Universidad Mayor de San Simón en Cochabamba.
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