El hábeas corpus
de Reynaldo Peters escrito en papel
higiénico
La Razón / Ramón
Rocha Monroy
00:01 / 23 de
septiembre de 2012
Reynaldo Peters fue una de las miles de víctimas de la dictadura de
Banzer, y, debido a las secuelas de la tortura, está perdiendo la vista. Cuando
lo detuvieron a poco del cruento golpe del 19 de agosto de 1971 recibió un
culatazo en la nuca que, al cabo de los años, le provocó un desprendimiento
irreversible. Me dolió verlo con gafas oscuras, gallardo, como siempre, pero con
la mala noticia de que ha sufrido un daño irreversible en los ojos.
Fue una confidencia digna, como sufren la adversidad los valientes,
pero la verdadera anécdota venía después, porque Reynaldo me confió que, así
detenido y herido, se dio modos para pedir a su familia un rollo de papel
higiénico y en él escribió una demanda de hábeas corpus contra el régimen. Los
vocales de la Corte de La Paz admitieron tan curiosa demanda, única en la
historia universal del hábeas corpus y los derechos humanos, y gracias a
Reynaldo cursa en mi poder fotocopia del expediente del curioso proceso que
tuvo como real protagonista a esa lámina de papel destinada a otros menesteres.
Al paso del tiempo, ese famoso hábeas corpus recibió un homenaje de
apoyo a la vigencia de los derechos humanos en el mundo. Ese papel higiénico
que contenía la demanda fue presentado en la Secretaría de la Corte el 18 de
mayo de 1972, cuando la represión estaba en su punto más alto y los
paramilitares de extrema derecha se encarnizaban con los políticos de izquierda
y los trasladaban a sus prisiones privadas para torturarlos. La Corte admitió
la demanda el 22 de mayo e instruyó que comparecieran el detenido, el Jefe de
la Dirección de Investigación Criminal y el Jefe del Departamento de Orden
Político (DOP), dos organizaciones temibles de represores a sueldo.
El 25 de mayo, en un acto de dignidad, varios abogados representantes
del Colegio del ramo se adhirieron a la demanda de Peters y la ampliaron a
otros casos, con la intervención de otros colegios de profesionales, y la
demanda prosperó y fue aprobada en consulta con la Corte Suprema.
Peters estaba muy dolido por las palizas que le dieron en cautiverio
como para medir la magnitud de la institución que había fundado: que los
derechos humanos pueden prescindir del rigor formal de ley para presentar
demandas y pedir justicia, como felizmente ocurrió en este célebre caso que se
ha convertido en un “monumento jurídico al papel higiénico”, como reza el
título de este libro homenaje.
Los ciudadanos y ciudadanas tenemos la obligación moral de perpetuar
la memoria para construir la historia de nuestro pasado. Ningún hecho deja de
ser significativo, en dictadura o en democracia; ninguna tortura, detención
injusta o asesinato político deben ser olvidados hasta que sus autores reciban
la justicia que se merecen. Por eso es para mí un privilegio adherirme a este
homenaje, para destacar la recia personalidad de Peters, varias veces ministro
de Estado y prominente político nacional, que tuvo que pasar por los momentos
difíciles que le deparó la historia política del país como a muchos bolivianos
y bolivianas.
Quince días habían pasado desde la cruenta detención de Peters, cuando
el atribulado preso político se dio modos para hacer llegar su demanda de
hábeas corpus redactada por él mismo en un trozo de papel higiénico. La noticia
conmovió al tirano y a los ministros de su gabinete, al punto que llamaron de
inmediato al Fiscal de Distrito designado por ellos para pedirle explicaciones.
El Ministro del Interior lo conminó a presentarse en el Palacio Quemado en el
término de una hora con el expediente que contenía un papel higiénico. Agregó
que le parecía una aberración jurídica presentar de ese modo la demanda.
Entretanto, un vocal de la Corte pronunciaba un juicio histórico: el
hábeas corpus es un recurso heroico que puede estar dispensado de formalismos:
firma de abogado, papel sellado o timbres de ley. El fiscal pidió el
expediente, pero la Corte se negó a entregar tan preciado documento. Una vez
que el fiscal consigue ver la demanda, cuál no sería su sorpresa al ver el
soporte físico en el cual había sido redactada burlando la vigilancia de los
esbirros. Habría que meterse en la cabeza del hombre éste para entender su
reacción de estupor.
Lo que me contó Peters es una valiosa recuperación de la memoria de
los caídos, hombres y mujeres que sufrieron torturas y en varios casos lesiones
irreversibles. Lo sintomático, porque señala la elocuente dimensión de la
dictadura, es que los presos políticos eran connotados profesionales y
artistas, que habían descollado cada uno de ellos en su campo hasta caer en
manos de sus torturadores. Algunos de ellos volverán a la vida profesional y
serán dignatarios de Estado, como es el caso de Peters, pero otros morirán
asesinados, del único modo que se muere en Bolivia cuando uno es un político de
izquierda: en la víspera.
Cuando uno está en cautiverio, invariablemente piensa que ojalá se
suspendieran las necesidades fisiológicas, porque son parte cotidiana del
tormento a que son sometidos los presos políticos. Peters me contó muchos
casos, en la prisión urbana o en el confinamiento rural en la isla de Coati,
que coinciden con los múltiples testimonios recogidos de amigos y amigas,
compañeros y compañeras que soportaron el cautiverio. Pocas veces la dictadura
recibió golpe más duro como la fuga de los presos políticos confinados a la
isla de Coati, que tuvo las características de una operación táctica de primer
nivel. Uno de quienes fugaron hacia el Perú en una lancha que navegó por el
lago Titicaca es Peters. Recuerdo, en particular, las anécdotas que me contaba
mi buen amigo Choco (por Chocolate, pues es moreno) cuando tuvimos que
asilarnos en la Embajada de México durante el golpe de Luis García Meza. En
sesiones que duraron un mes, Choco nos daba clases de taekwondo y por las
noches nos confiaba sus anécdotas. Lo mismo me pasó al escuchar a Peters, que
revivió en mí la memoria de una época en que padres e hijos vivíamos temerosos,
porque en cualquier situación podía producirse un allanamiento y no había
familia que no tuviera parientes o conocidos presos, torturados, confinados,
exiliados o asesinados por la dictadura.
Jamás se había dado en el país una maquinaria de destrucción de la
izquierda que funcionara con tamaña crueldad y fría eficiencia. La suerte de
ciudadanos y ciudadanas estaba en manos de grupos de paramilitares de extrema
derecha, que eran parte de la Operación Cóndor, porque operaban en los países
del Cono Sur allende las fronteras de sus respectivos países.
Fue un septenio sangriento, con episodios heroicos de resistencia, que
se reprodujeron en 1980 con el golpe narcomilitar del general Luis García Meza;
pero el pueblo boliviano recuperó la democracia y los ciudadanos y ciudadanas
que marchamos al exilio pudimos volver a nuestra patria. Peters recuperó el
sitial que ocupaba en la sociedad y nunca más tuvo que sufrir persecución y
tortura; pero las secuelas del septenio sangriento se manifestaron con el paso
de los años. No la memoria, que se mantiene intacta para recordar a las nuevas
generaciones el valor y la entereza de esa generación que defendió los derechos
humanos y constitucionales contra los dictadores de turno.
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