¿Qué nos queda de la Revolución Francesa?
Debate sobre la revolución de 1789
La Razón –ANIMAL POLÍTICO - 26 de junio de 2011
El Embajador de Francia en Bolivia propone una reflexión sobre el pensamiento de la Revolución Francesa que sufrió erosiones en ese tiempo y en el contemporáneo. En relación al ámbito francés, critica la decadencia de la ideología nacional, en un doble contexto de globalización y de vuelta a “lo local”.
En sondeo de opinión realizado en Francia en 1989, con motivo de la celebración de la Revolución Francesa, mostraba que la imagen de esta página de la historia se había vuelto deliberadamente borrosa en el imaginario colectivo de los franceses: debilidad en la memoria de los hombres y las fechas, incertidumbre acerca de la herencia de la Revolución.
Algunos meses previos, el historiador François Furet hacía la siguiente declaración: “La Revolución ha terminado”. De manera simultánea, sin embargo, en Leipzig (por entonces la Alemania del Este), un grupo de manifestantes demandaba el fin del régimen instaurado en 1949 y proclamaba: “Somos el pueblo”.
En diciembre del mismo año, el antiguo dictador rumano y su esposa eran perseguidos por un pueblo encolerizado y luego condenados a muerte por un tribunal militar. Luego, más cerca de nosotros en el tiempo, hombres y mujeres acabaron de levantarse en Túnez y luego en otros países del mundo árabe, exasperados por años de una sociedad inmóvil y despótica.
¿Cómo no ver en estos movimientos en contra de los totalitarismos y a favor de las reivindicaciones por las libertades individuales y por la dignidad del hombre la persistencia del espíritu de la Revolución Francesa? Pero, ¿hablamos acaso de la misma revolución? ¿De qué está constituida, hoy, esta herencia que muchos han reclamado como propia?
La revolución de 1789 fue antifeudal y antiaristócrata y es por esto que su imagen se cristalizó alrededor de la Toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, evento que simbolizó el levantamiento popular contra el absolutismo monárquico. Marcó el advenimiento de una sociedad burguesa y de economía capitalista en proceso de gestación bajo el antiguo Régimen. Favoreció la unidad de Francia y el establecimiento de la democracia liberal representativa.
Fue, entonces, una revolución francesa, profundamente anclada en el pasado de este país y que aceleró el proceso de evolución. Pero fue, asimismo, una revolución singular, por la fuerza de sus resultados y de sus antagonismos políticos y sociales engendrados por ella. Es lo que la diferenció de otros movimientos, como la Revolución Inglesa del siglo XVII o la Independencia Americana del siglo XVIII. En este proceso, como lo destacó Tocqueville : “La hemos visto (a la Revolución) acercar o dividir a los hombres a pesar de las leyes, de las tradiciones, de los caracteres, de la lengua, convirtiendo a veces en enemigos a compatriotas y en hermanos a extranjeros ; ha formado por encima de todas las nacionalidades particulares, una patria intelectual común cuyos hombres de todas las naciones han podido convertirse en ciudadanos”.
Esta “patria intelectual” se articuló alrededor de los resultados de 1789: un nuevo Estado, una nueva sociedad, una nueva ciudadanía y nuevas referencias culturales; dicho de otro modo, una refundación política, social y cultural. Este conjunto conformó el zócalo de aquello que se denominó como revolución.
El Estado que emergió con la conclusión del período revolucionario y del Imperio, fue aún más centralista, más burocrático y, de alguna manera, también más autoritario y más presente sobre el territorio gracias a un nuevo esquema administrativo y político. La sociedad se ha liberado de las trabas del antiguo régimen, de los privilegios de la aristocracia o de la organización de los oficios y del comercio a través de las corporaciones. Se unificó alrededor de una lengua común: el francés. Los grandes hacendados comenzaron a perder su influencia y nuevas élites, económicas o políticas, fueron apareciendo. El ciudadano se definió por sus derechos, no por su condición de sujeto del Rey. Finalmente, la Revolución aceleró la evolución intelectual hacía el positivismo.
Esta imagen, consolidada bajo la Tercera República, fue tanto más fuerte que borró algunos aspectos controvertidos de la Revolución Francesa, como el terror. Sin embargo, con el paso del tiempo, sufrió una doble erosión. La primera fue el debilitamiento de los modelos y esperanzas de revolución que tomaron la posta de 1789: la revolución bolchevique con la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a fines de los 80, China, con un proyecto que se ha alejado del espíritu del 49 y las llamaradas revolucionarias en el mundo, sobre todo en América Latina, que no dieron los resultados que se esperaba. De manera más fundamental, fue la crisis de los conceptos que se encontraron en el centro de los logros de la Revolución que cuestionaron la validez de esta herencia: decadencia de la ideología nacional, en un doble contexto de globalización y de vuelta a “lo local”, crítica del Estado jacobino y de su desconocimiento de las particularidades lingüísticas y culturales regionales, crítica también de las instituciones republicanas, muy a menudo reducidas al juego de los partidos políticos y que han perdido de vista el sentido y el objetivo de su existencia.
Lo que nos queda hoy en día de la Revolución Francesa es finalmente la dignidad del hombre, como persona y como ciudadano, dotado de derechos políticos que le pertenecen y que no son el resultado de su pertenencia a tal o cual grupo político, social o étnico. Está muy lejos de ser un resultado banal. Es en el fondo el ideal republicano entendido como sistema que garantiza la participación de los ciudadanos en la vida pública, en el marco de un espíritu fraterno, solidario y de igualdad. Nos corresponde hoy velar por este ideal republicano en nombre de la fidelidad a la herencia revolucionaria.
Antoine Grassin, es embajador de Francia en Bolivia.
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