Lo que Arguedas describía en el seno del Estado, se puede observar hoy en la dictadura sindical
“... Ese caudillo... había conservado ese precioso don de halagar todos los temperamentos, de ser simpático y atrayente a quienquiera que se le aproximase, es decir, que era un caudillo cabal y completo, de esos que por sus maneras, sus halagos, sus gestos, sus sonrisas, suelen provocar el entusiasmo y aun la devoción de las masas en todas sus clases, mucho más cuando en sus programas de gobierno, elaborados en vísperas de elecciones o campañas electorales, saltan esas grandes frases hechas que entrañan otras tantas mentiras convencionales, como ésa de que el pueblo ha de mandar y yo he de obedecer...".
Cualquier coincidencia con la actualidad nacional, es comprensible, porque el anterior fragmento pertenece a Pueblo Enfermo, de Alcides Arguedas, y describe a un líder popular de la primera década del siglo XX. Como se sabe, por haber puesto ese adjetivo de enfermo al pueblo boliviano Arguedas fue considerado durante décadas poco menos que un estúpido e ignorante por multitud de ideólogos de proveniencia nacionalista, marxista o socialista.
Arguedas no será precisamente un gran estilista, no brillará por sus lecturas o su cultura literaria, pero que conocía sobre lo que hablaba, lo prueba la historia posterior del país, incluso la que podemos ver estos años. Su aparato conceptual y la atmósfera racista en que se desenvolvía, no sólo él, sino sus contemporáneos, pueden haber envejecido por demás, pero está claro que muchas de las "enfermedades sociales" que describía están ampliamente vigentes.
Claro que hay que poner a punto la interpretación arguediana. Lo que él describía en el seno del Estado, el manejo descarado e hipócrita de las masas con falsos propósitos nobles y democráticos, se puede observar desde la segunda mitad del siglo XX en el comportamiento de los sindicatos, en lo que atinadamente se ha denominado como dictadura sindical.
Largos años de práctico cogobierno de mineros, fabriles y un buen etcétera de clanes de dirigentes trabajadores, que no de las llamadas "bases", han desarrollado una verdadera subcultura. Ahora, por ejemplo, los que están en el poder, esto es, el sindicato de cocaleros, acusan al sindicato de los maestros de ejercer una dictadura sindical, pero, ¿acaso no es dictadura sindical la que ejercieron y ejercen en el Chapare?
Ahora, los jerarcas masistas se quejan dolidos del perjuicio que los maestros provocan a los estudiantes, pero hace nada más unos cuantos años eran inmisericordes con los exportadores y los bloqueaban durante semanas en el camino Cochabamba-Santa Cruz.
El Vicepresidente acusa a Vilma Plata de derechista, y la benemérita sindicalista por supuesto que hace lo propio con el Vicepresidente. Pero la verdad es que los dos saben en su fuero interno que ambos son izquierdistas en toda la ley. La señora Vilma Plata se cuida de hablar las frases altisonantes y quiméricas sobre la dictadura del proletariado y el socialismo, pero, en el poder, acusaría de derechista ni más ni menos como lo hace García Linera, a cualquiera que se le pusiera al frente. No lo hace porque la única forma de mover a la masa magisteril es con móviles salarialistas.
Ambos son del mismo linaje ideológico, por eso comparten una práctica política muy latinoamericana a la cual las ideas socialistas le han caído como anillo al dedo. Me refiero a lo que Arguedas llamaba empleomanía, amplificada al extremo mientras más robusto se hace al Estado nacionalizando la economía (esto mientras en Cuba, después de 50 años de estropicios, se confiesa finalmente que la única solución para la industria azucarera es privatizarla); lo que en términos más académicos se ha observado como “excesiva politización de la vida” que caracteriza a los países pobres, y que nosotros conocemos más familiarmente como simple politiquería en la relación de los sindicatos con el Estado. Así, resulta lo más normal del mundo que se multe a un trabajador por no estar de acuerdo con una huelga o marcha, despreciando olímpicamente el básico derecho a la disensión individual.
Creo que los partidarios de lo que como una fórmula mágica se invoca todavía como "Cambio" son los más partidarios de la tradición cultural y política del país y de la región, es decir, son los verdaderos conservadores.
*Wálter I. Vargas
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