lunes, 11 de julio de 2011

Revolución Francesa en tiempos de ‘revolución cultural’

UN DEBATE NECESARIO EN ÉPOCAS PLURINACIONALES
Revolución Francesa en tiempos de ‘revolución cultural’
La Razón – ANIMAL POLÍTICO – 10 de julio de 2011


Con cierto aire de nostalgia y espíritu patriótico, los franceses se aprestan a celebrar otro año de “su” revolución, con el orgullo de que, más allá de la identidad nacional, ella también es del mundo. ¿Y lo será también de Bolivia? Habrá que ver, más allá del “último jacobino” que salió en una de las discusiones políticas de la actualidad en el país o Estado plurinacional.
Así, como parte de los festejos de la République, un conversatorio coordinado entre la Embajada de Francia en La Paz y el periódico La Razón devela ciertas provocaciones de parte de diplomáticos, historiadores, estudiantes de Historia y periodistas.
Una coincidencia casi común es que “sin el pueblo ese movimiento habría sido imposible”, como describe Eugenia Bridikhina, historiadora y docente de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz. Su colega María Luisa Soux desa-fía a preguntarse sobre qué pueblo es el que mencionan Bridikhina y los estudiosos. Recuerda que en la revolución los actores urbanos, los burgueses y los campesinos plantearon sus propios intereses, en función de la inseguridad que planteaba la crisis.
Pero Madgdalena Cajías recuerda al “pueblo llano” o los sans-culottes (los sin calzón, como llamaban a los artesanos o comerciantes de le época), los que entonces se propusieron el ejercicio real de la “soberanía popular”, que, sin embargo, más tarde fue neutralizada por la burguesía.
Con razón, Albert Soboul consideró a la Revolución Francesa de julio de 1789 como una revolución burguesa, que, si bien logró la caída del feudalismo, permitió el ascenso de la burguesía al poder en Francia.
Entonces, ¿en qué medida es comparable esa revolución con el proceso boliviano actual? Quizás en la irrupción de los movimientos sociales que el 2003, cansados ante un régimen (en este caso el de Gonzalo Sánchez de Lozada), demandaron la construcción de un nuevo Estado, a partir de una premisa básica como fue la Asamblea Constituyente, entre otras de la llamada “agenda de octubre”.
O con las críticas subjetivas, empíricas y políticas en sentido de que el nuevo sistema político en el país ha creado una nueva burguesía, a partir de luchas sociales que plantearon en los últimos 11 años un nuevo régimen de Gobierno, de mayor inclusión.
Como en la Revolución de 1789 contra la monarquía de entonces, en Bolivia cayó un sistema político cuestionado. Y así como ese histórico proceso acuñó los imaginarios de liberté, égalité y fraternité, el gobierno de Evo Morales, que al final encarnó lo que llamó la “revolución cultural y democrática”, constitucionalizó el vivir bien o el “ñandereko”, depende de las traducciones lingüísticas.
Casi forzado en el conversatorio, el historiador Pablo Quisberth se anima a plantear un parecido. Dice que la construcción del Estado Plurinacional de Bolivia “reivindica valores del antiguo régimen francés”.
En su criterio, esos valores en Bolivia han pasado de la demanda a la condición de derechos, como son, por ejemplo, los bonos Juancito Pinto y Juana Azurduy de Padilla. Son conquistas “revolucionarias”, así como “la idea del pongo jamás va a volver”.
Al considerar que la Revolución Francesa fue “traicionada” o “inconclusa”, también se anima a provocar el debate más íntimo de los anfitriones franceses: ¿Son, entonces, procesos terminados las revoluciones en el mundo?
No, “se abren a una suerte de una multitud de futuros posibles”, que “a la larga tienden a institucionalizarse. Entonces, “la revolución permanente queda en mito”, remata Quisberth.
Al historiador se suma Claudia Benavente, directora de La Razón, casi en un juego de palabras. “Las revoluciones son narraciones de las revoluciones (...), o se transforman, fracasan o se desvían”.
¿Y cómo terminó, entonces, la Revolución de 1789? En el sentimiento francés se descubre que los sucesos de ese año no terminaron de consolidar algunas demandas, como la democracia directa que planteaba Jean-Jacques Rousseau. “Para los actores políticos, en un Estado que se creía moderno, no era posible una democracia directa (...) y se inventaron la democracia representativa”, recuerda Frédéric Richard, profesor de Historia del colegio Franco Boliviano de La Paz.
Entonces, el resultado fue “igualdad civil total, derechos políticos limitados”, dice el historiador. Así, la Revolución Francesa fue un proceso inconcluso, aunque necesario.
Sin embargo, esas ideas tuvieron repercusión en el mundo y contribuyeron a la formación institucional y social de muchos estados, aunque el mismo Richard admite que en Holanda mucho antes hubo esos ejercicios políticos y civiles.
En un artículo publicado en Animal Político, el embajador de Francia en Bolivia, Antoine Grassin, admite que una de las herencias de la revolución fue la “decadencia de la ideología nacional, en un doble contexto de globalización y de vuelta a ‘lo local’”.
Quizás habrá intenciones de vincular ambos procesos (Raúl Prada consideró “extemporáneas” y “desubicadas” en un artículo), incluso con el de la revolución de 1952, que, en criterio de Soux, no terminó de institucionalizarse como el actual a través de una nueva Constitución.
Habrá que ver. Los franceses por lo menos destacan las libertades civiles que heredó la toma de la Bastilla.

Los orígenes de esa gesta que cambió  el mundo

El 14 de julio de 1789, los pequeños comerciantes y artesanos de París propiciaron un movimiento que no midió las consecuencias posteriores, muy favorables, entendiendo que cambió el mundo.
Cansados del régimen monárquico de entonces, esos ciudadanos se lanzaron a la fortaleza de la Bastilla del rey Luis XIV, que en unas horas quedó destruida.
Inicialmente, los motivos fueron muy vinculados al conflicto social, desde el reclamo por las malas cosechas, el incremento de los tributos o los diezmos a la Iglesia Católica. Sin embargo, la rebelión se decantó con demandas de libertades civiles y políticas, que se resumieron en la trilogía de liberté, égalité y fraternité.
En la toma de la Bastilla murió el gobernador del recinto, marqués Bernard de Launay, cuya acción fue considerada entonces como una victoria política. Luego, las acciones se expandieron por toda Francia.
Eran los sans-culottes los movilizados, gente de clase media y baja, que lideraron el proceso, aunque más tarde aislados por la burguesía. Formaban parte del llamado “tercer Estado” o el “Estado llano”.
Tras las acciones, la Asamblea Nacional reunida en Versalles despojó a la nobleza sus privilegios y extinguió la servidumbre, como paso fundamental para la declaración de los derechos humanos.
Aunque enfrentados con el Rey, girondinos (del sur de Francia, Gironda) y jacobinos (nombre derivado del salón de la orden jacobina) tenían posiciones muy encontradas. Los primeros se mostraban moderados y planteaban un acuerdo con la monarquía, los segundos pretendían abolirla y fundar la república.


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